Después de este periodo de pandemia, mi cuerpo me pedía dejar el ordenador y coger la mochila.

Hace unos días cumplí uno de mis sueños: hacer parte del camino de Santiago sanabrés en burro. 10 días, 2 mujeres, 2 burros y 1 perro.

La aventura comenzó hace 4 meses, cuando comencé a ir una vez por semana a una finca particular donde Jesús, secretario de la Asociación Nacional de Criadores de la Raza Asnal Zamorano-Leonesa (ASZAL), tenía sus burros. Allí me enseñó cómo crear vínculo con el animal y entender su lenguaje.

Lo más importante del viaje: la comunicación.

Pensando que iba a ser un viaje más de naturaleza, se convirtió en todo un acontecimiento social. Los “longevos” de los pueblos se acercaban curiosos e ilusionados, rememorando con nostalgia aquellos tiempos en el que los burros formaban parte del paisaje de Castilla y León y cohabitaban sus casas. Lo más jóvenes recordaban que su abuelo tenía uno que le ayudaba en las labores del campo y los más niños nos pedían con nerviosismo y emoción si podían tocarlos, ya que, en muchos casos, nunca habían visto uno.

 

 

En algunos pueblos nos estaban incluso esperando y es que el boca a boca sigue teniendo más fuerza que los bits informáticos.

Del viaje me llevo el momento presente y muchas anécdotas que impedían que nuestra atención se dispersara.

Desde las “escapadas nocturnas” de los burros, por no haberles amarrado bien o sus parones en el camino con resistencia pasiva y efectiva que hacía que tuviéramos que lidiar con mucha psicología burrística que a veces funcionaba y otras, cedíamos a sus deseos de comer o descansar. Un equilibrio entre dos mundos no tan alejados entre sí, el humano y el animal, que interactúan bajo un mismo escenario: el vegetal. Con sus formas sinuosas, sus recorridos, sus trazos de tierra que invitan a dar el siguiente paso y nosotras protagonistas de nuestra historia.

 

 

Caminar el territorio desde la calma, la observación y la escucha es un aprendizaje. Entender que lo sencillo sigue siendo un arma poderosa de transformación y la innovación no tiene por qué ser en base a un producto, forma o contenido, sino a una nueva mirada, libre de prejuicios que establezca un nuevo uso, en este caso un nuevo entendimiento del territorio, del paisaje y nuestra integración con y para la vida, tanto animal como vegetal.